Cierta vez una bailarina con sus músicos había arribado a la corte del Príncipe de Birkasha.Y, admitida en la corte, bailó ante el príncipe al son del laúd, la flauta, las tablas y tambores, y de la cítara. 

Bailó la danza de las estrellas y la danza del espacio, y por último la danza de las flores al viento. Luego se detuvo ante el Príncipe e inclinándose, le hizo una reverencia. 

El príncipe emocionado le pidió se acercara y le dijo: " Bella mujer, hija de la gracia y del encanto, de donde viene tu arte? Como dominas tú la tierra y el aire en tus pasosy el agua y el fuego con tu ritmo y tu cadencia?" 

La odalisca se inclinó de nuevo ante el Príncipe y le contestó: "Su alteza, no estoy segura como responder su pregunta, pero sí sé que el alma del filósofo vive en su cabeza,el alma del poeta en su corazón, que el alma del cantor vibra en su garganta. Pero que en cambio, el alma de la bailarina,vive en todo su cuerpo"
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Entre la tribu taiwanesa de los atayals era costumbre ganarse el favor de una doncella y demostrar el amor que se le tenía ofreciéndole la cabeza cercenada de otra persona.

En pruebas de amor, dirán algunos, no hay nada escrito, y aunque ahora la especie humana puede presumir cierto grado de refinamiento en sus expresiones amorosas, alguna vez regalar el fruto de una decapitación al ser amado se consideró la demostración última e incuestionable de dichos sentimientos.

Esto sucedía entre unos aborígenes taiwaneses, los atayals, hasta bien entrado el siglo XIX e incluso en las primeras décadas del XX. Según los testimonios epistolares de ciertos exploradores ingleses, el ritual amoroso consistía en matar a alguien y después ofrecer la cabeza del difunto a aquella a quien se deseaba unirse en matrimonio.
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